martes, 3 de marzo de 2015

La Plaza Manuel Belgrano

Hace días que morían palomas en la Plaza Manuel Belgrano. Cada día se encontraban palomas muertas cerca del patio junto al sector de juegos de la iglesia que está en frente de la plaza. Yo no había percibido este fenómeno hasta que me senté a esperar a Bárbara y puse mi mano sobre el  cuerpo inerte del animal. Sentí milimétricamente cada parte de su esqueleto, sus plumas. Grité y llamé la atención de la gente, como me había ruborizado y no quería pasar más verguenza fui a sentarme al otro extremo de la entrada de la iglesia. Percibí que un hombre pequeño, morocho, vestido de negro que cojeaba me miraba, traté de alejar mis ojos de los suyos pero de vez en cuando mientras revisaba la basura me miraba. Los violetas y naranjas inundaban la plaza, era el fin del día. De pronto, el morocho sacó una radio de la basura, se preguntaba si servía. En medio de su monólogo sobre la supervivencia del artefacto pasaron dos chicas que se besaban, los besos sonaban, se veían lenguas. Yo miraba con placer el vaivén de sus manos en sus cabellos, luego vi el radio del morocho sobre una de ellas. Primero sobre su nuca, la otra gritaba, vi salir volando todos sus dientes, volaba sangre y muchos gritos.  Días después se supo que no era la primera vez que el tipo mataba. Además de los crímenes, le confesó a la policía que envenenaba a las palomas para que no le contaran a Dios lo que él hacía.