miércoles, 9 de febrero de 2011

J.J.

En La Lagartera se lo veía, andaba no más entre el olor a humo de cigarrillo, los panas y las hembras. Noche a noche, esa voz maldecía a los amores y al destino. Cómo gozábamos de la vida a su lado.  "Por malditas y tracioneras" les cantábamos a esos calzones peligrosos que no nos dejaban dormir de tanto desearlos.  Nos arreaba su voz y a la sazón de una traición nuestros cuerpos se ponían a disposición de todos los vicios inventados en las cantinas. Y finalmente huyó el muy cobarde, esa voz que no era sólo garganta,  claudicó ante la vida, los vicios, las mujeres y la genialidad.

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